martes, 3 de noviembre de 2009

La decadencia argentina, más pobreza y más desigualdad

Blanco, Alfredo F. (2005): “La decadencia argentina, más pobreza y más desigualdad” en
Observatorio de la Economía Latinoamericana, Nº 37. Accesible a texto completo en
http://www.eumed.net/cursecon/ecolat/oel37.htm

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Observatorio
de la Economía
Latinoamericana
Revista académica de economía
con el Número Internacional Normalizado de
Publicaciones Seriadas ISSN 1696-8352
Número 37, Enero 2005
La decadencia argentina, más
pobreza y más desigualdad
Alfredo Félix Blanco
Universidad Nacional de Córdoba.
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato
Blanco, Alfredo F. (2005): “La decadencia argentina, más pobreza y más desigualdad” en
Observatorio de la Economía Latinoamericana, Nº 37. Accesible a texto completo en
http://www.eumed.net/cursecon/ecolat/oel37.htm
Envíe sus comentarios sobre el texto directamente al autor: afb2002@hotmail.com
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En una nota anterior (ARGENTINA, MALTHUS Y LA POBREZA,
Suplemento Debates, 07/11/04) hemos mostrado el crecimiento de los niveles de
pobreza que generó la crisis económica cuya eclosión final se produjo en el año
2001. En ese traumático proceso vastos sectores de la población fueron
prácticamente expulsados del sistema económico.
Una forma de visualizar ese fenómeno es analizar la situación a partir del
nivel de ingreso de las personas. Siguiendo ese método se concluye que los
pobres eran casi el 58% en Octubre del 2002 y, aun hoy, un 44,3% de los
argentinos están por debajo de la línea de pobreza (INDEC, 1er Semestre 2004).
Otra forma de percibir a la pobreza es a través del análisis de las
Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI). Este concepto, que muestra
básicamente la “pobreza estructural”, constituye un indicador de calidad de vida
que considera la existencia o ausencia de ciertos rasgos tales como servicios
sanitarios, vivienda aceptable, acceso a la educación, etc. De acuerdo con el
Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas del 2001, algo mas del 14 %
de los hogares argentinos tenían Necesidades Básicas Insatisfechas.
Obviamente una tendencia creciente de “nuevos pobres” (detectados por el
método de los ingresos) terminará traduciéndose en un aumento de la pobreza
estructural (detectado por NBI).
Como dijimos, la crisis económica ha incrementado la cantidad de “nuevos
pobres” y ello ha sido la consecuencia directa del aumento de la desocupación y
la precarización del empleo que produjeron las transformaciones promovidas por
las políticas económicas de los años noventa. A ello debe agregarse la abrupta
caída de los niveles de ingresos que produjo la salvaje devaluación asimétrica
que sobrevino a la salida desordenada del régimen de convertibilidad que rigió
durante una década.
Muchos de estos nuevos pobres eran miembros de la “clase media” cuyo
nivel de vida se deterioró a una velocidad y en una magnitud tan grande que
implica, no solo que han pasado a sufrir carencias materiales que nunca habían
padecido, sino que dentro de sus efectos no pueden omitirse aquellos ligados a la
salud mental de las personas. Esa legión de excluidos, no solo han sido
notificados de que el mercado no requiere su trabajo, sino que simultáneamente
se han enfrentado a la dramática realidad de sentir que en una sociedad, donde
parece que se vale según lo que se gana, han pasado a valer: ¡nada!
Mientras mas tiempo transcurra hasta la reinserción de esos nuevos
pobres al sistema, mas difícil será su inclusión y mas irreversibles las
consecuencias sobre esas personas. Por otra parte, la persistencia de ese
fenómeno llevará inexorablemente a un aumento de aquella pobreza que detecta
el indicador de Necesidades Básicas Insatisfechas.
Un proceso de recuperación económica permitiría a los “nuevos pobres”
salir mas rápidamente de su situación, en particular porque sus niveles
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educativos los califican mejor para reincorporarse al mercado laboral. Por otra
parte, el hecho de ser “expulsados recientes” les permite mantener aun la
disciplina y cultura del trabajo que tenían antes de la crisis.
Sin embargo la magnitud cuantitativa del fenómeno hace impensable un
proceso en el cual emerjan “naturalmente” con la recuperación económica. Es
indispensable contar con políticas activas para abordar el problema antes que el
paso del tiempo transforme a los nuevos pobres en un dato estructural de la
sociedad argentina.
Las políticas para abordar el problema de la pobreza son distintas según
se trate de atender a la “pobreza estructural” o a la situación de los nuevos
pobres. Los métodos de abordaje de la pobreza estructural generalmente han
sido las tradicionales políticas asistenciales ( subsidios para subsistencia, ayuda
alimentaria, entrega de vestimenta, etc.,.) mientras que los nuevos pobres, si bien
tienen condiciones de educación, hábitat , cultura, etc., que pueden llegar a
facilitar la salida de esa situación crítica, no pueden ser atendidos con medidas
meramente asistenciales y de hecho el Estado hasta el presente, ha demostrado
grandes carencias en el diseño y ejecución de políticas de promoción para
cooperar con esos sectores.
En rigor de verdad el concepto mismo de pobreza admite más de una
interpretación, o mejor dicho la afirmación de que alguien es pobre requiere de
una adecuada calificación temporal y espacial. Ser pobre es también un concepto
relativo; se es pobre en relación a lo que otros pueden disponer. Una persona
cuya calidad de vida la ubica como pobre en el siglo XXI probablemente no lo
sería en el siglo XI. Un pobre de Suecia probablemente no lo sería en Ruanda.
Seguramente esta contextualización tempo-espacial del concepto puede
advertirse en la precisa prosa de Adam Smith (1723-1790), el fundador del
liberalismo económico ingles (¡y por que no de la Economía!) cuando en su obra
económica mas importante ( la “Investigación sobre la naturaleza y causa de la
riqueza de las Naciones”, editada en 1776) decía: “…no es menos cierto que las
comodidades de un príncipe europeo no exceden tanto las de un
campesino…,como las de éste superan las de muchos reyes de África, dueños
absolutos de la vida y libertad de diez mil salvajes desnudos”.
La anterior afirmación permite destacar ademas un rasgo adicional del
problema de la pobreza: tan importante como el número de pobres (mas allá del
criterio que se utilice para medirlos) es el grado de desigualdad interpersonal de
riqueza de la sociedad.
Una reducción del número de pobres no implica necesariamente que esté
reduciéndose la desigualdad social. Tampoco un aumento de la riqueza generada
en un país significa que la situación de todos sus integrantes mejore. Ni en la
crisis a todos les va igualmente mal (es mas, a algunos les va bien) ni en el auge
a todos les va igualmente bien (a algunos puede irle resueltamente mal).
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El Producto Bruto Interno puede crecer (es decir la riqueza disponible) y,
aun cuando la pobreza se reduzca, ello no necesariamente conduce a una
situación de mayor igualdad social.
Alguien puede afirmar que una economía que crece es preferible a una
economía estancada, y dicho juicio seguramente es aceptado mayoritariamente,
Pero es de estricta lógica suponer que para quienes no participan de los
beneficios de ese crecimiento la situación les resulta indiferente y, mas aun, este
“progreso” del que no participan quizás genere una realidad de deterioro de su
posición en términos relativos que los lleve a valorar negativamente aquel
crecimiento que parecía incuestionablemente bueno. Al menos para los excluidos,
un crecimiento económico con aumento de la desigualdad social no es ninguna
buena noticia.
Por supuesto que la peor de todas las situaciones es aquella en que la
economía no crece, la pobreza aumenta y los indicadores de desigualdad
también se incrementan.
Pero, ¿Cómo se mide la desigualdad?
Para el análisis y la evaluación de la desigualdad en la distribución de los
ingresos generados en la economía se utilizan diversos indicadores, pero el mas
conocido de ellos es el llamado Coeficiente de Gini, que debe su nombre al
economista italiano Corrado Gini (1884-1965).
A partir de una clasificación de los integrantes de la población según su
nivel de ingresos, el coeficiente captura cuanto se aleja la distribución de una
situación óptima de equidistribución y permite observar cual es el grado de
desigualdad que existe en la economía analizada. La evolución a lo largo del
tiempo del coeficiente de Gini permite advertir si la tendencia es hacia una mayor
o menor desigualdad de ingresos entre los miembros de la sociedad.
Este indicador asume valores que pueden variar entre 0 y 1; en una
economía en que cada uno de sus habitantes recibiera la misma porción del
ingreso nacional dicho valor sería cero, mientras a medida que se va
aproximando a uno la sociedad es mas desigual desde el punto de vista de la
distribución.
En general en países con una distribución equitativa del ingreso como son
Suecia o Noruega el coeficiente de Gini arroja resultados menores a 0,30. A
partir de 0,40 se considera que existe desigualdad marcada. Este es el caso de
muchos países latinoamericanos cuyos valores llegan hasta 0,60. Por encima de
este último valor nos encontramos en presencia de sociedades extremadamente
inequitativas y desiguales desde el punto de vista social.
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Históricamente la Argentina era considerada un país con una distribución
del ingreso razonablemente buena (al menos en relación a otros países
latinoamericanos). Esa es la explicación de caracterizaciones tales como “país de
clase media” o “el país menos latinoamericano de América Latina”. Pero eso ya
es historia pasada.
En Argentina en la década del ochenta el Coeficiente de Gini se ubicaba en
torno a 0,40, pero el incremento de la pobreza que hemos comentado se verificó
también acompañado por un empeoramiento de la distribución y despues de la
crisis del 2001 el coeficiente asume valores de 0,55. Vale la pena señalar que la
existencia de subsidios como los Planes Jefes y Jefas de Hogar, que ayudan a
millones de personas, influye para atenuar el crecimiento de la desigualdad y el
incremento del valor del Coeficiente de Gini después de la crisis. Si no se
consideraran dichos planes el indicador se acercaría a los niveles de las
economías con peor distribución del ingreso de América Latina.
Según un informe del Instituto Nacional de Estadísticas y Censo (INDEC)
Argentina tiene distribución de la riqueza mas desigual de los últimos 30 años.
Los datos, procesados a fines del año 2003, muestran que el 10% más rico de la
población posee el 38,6% del ingreso nacional y gana 31 veces más que el 10 por
ciento más pobre. En la década del setenta esta última relación era de solo 12
veces.
La conclusión es evidente, las políticas aplicadas en los noventa mas allá
del “éxito” que tuvieron en materia de estabilización de precios de la economía
argentina, generaron niveles elevadísimos de desempleo, precarizaron las
relaciones laborales e impactaron negativamente sobre las situaciones de
pobreza y sobre la equidad en la distribución del ingreso nacional.
Las “leyes” de la distribución de la riqueza
David Ricardo (1772-1823), el célebre economista ingles, creía firmemente
que el objeto de la economía era descubrir las leyes que gobiernan la distribución
de la riqueza. Y, aunque menos optimista que su predecesor Adam Smith,
compartía la visión de que la distribución de la riqueza respondía a ciertas
regularidades asimilables a leyes físicas. Nada debía hacerse para alterar la
distribución que naturalmente se determinaba en el propio proceso de producción.
El crecimiento económico “llenaría la copa” de la sociedad y se derramaría hasta
beneficiar a las capas mas humildes de ella.
Adherentes a la idea de la “armonía natural” de intereses en la sociedad,
los economistas clásicos ingleses confiaban plenamente en la distribución que
determinaría el mercado actuando libremente y en condiciones competitivas. Bajo
esas condiciones el sistema aseguraba una senda de progreso casi in-
interrumpido.
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Fue Karl Marx (1818-1883), quien cuestionó mas severamente esa
perspectiva y planteo la existencia de contradicciones en el seno de la sociedad
por la existencia de intereses antagónicos. En su visión, el desarrollo del
capitalismo engendraba su propia destrucción y, entre otros factores, una
distribución crecientemente inequitativa del ingreso que se reflejaría en una
creciente pauperización de la clase trabajadora coadyuvaría a su rebelión contra
el sistema. La historia mostró que la predicción sobre la pauperización no se
verificaría y, en los países donde el capitalismo mas se desarrolló, los niveles de
vida de los trabajadores lejos de deteriorarse, crecieron. Contra lo esperado, las
revoluciones de inspiración marxista se dieron no en capitalismos maduros, sino
en economías precapitalistas. Para muchos esos hechos fueron la prueba
definitiva del error de Marx.
Para la Escuela Neoclásica, que en alguna medida aun guía a la corriente
principal de la economía, la distribución depende de la productividad de los
factores de la producción. Análogamente a los clásicos creen que no es mucho lo
que se puede hacer por cambiar la distribución que determina el mercado. Pero
ademas, como no forma parte de sus preocupaciones analíticas, tienen bastante
poco que sugerir sobre como modificarla.
Existen muchos autores que han planteado la necesidad de considerar
seriamente el problema de la distribución del ingreso, no solamente como una
cuestión de naturaleza moral sino como requisito para un crecimiento sustentable.
A lo largo de la historia de las ideas económicas siempre nos encontramos
con una línea que divide a aquellos que creen que la mejor estrategia es no
intervenir y confiar en el mercado y los que, no resignados a ese rol demasiado
pasivo, se plantean la necesidad de políticas activas.
En materia de distribución ocurre lo mismo, aunque vale la pena consignar
la visión que tenía quien fue el economista liberal mas erudito (y mas sensible) de
la escuela clásica. John Stuart Mill (1806-1873), en sus Principios de Economía
Política (1848), señalaba que: “Las leyes y condiciones de la producción de
riqueza tienen el carácter de verdades físicas…No sucede lo mismo con la
distribución de la riqueza. Éste es asunto de las instituciones humanas
exclusivamente…La distribución de la riqueza, por lo tanto, depende de las leyes
y costumbres de la sociedad”.
Mas allá de la dosis de error o de verdad analítica que encierren esas
palabras, son una buena referencia para insistir en la necesidad de una agenda
de los gobiernos que incluya explícitamente el tema de la distribución mas
equitativa de la riqueza. No parece razonable creer que es “natural” e
inmodificable lo que han padecido, y aun padecen, millones de argentinos. Por
razones morales, pero también económicas el tema social debe ser prioridad en
serio de la acción del Estado.

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